Tangos.

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Bailar. Mi pasión oculta, mi pasión frustrada, mi pasión desatada, mi vicio inconfesado de tardes solitarias en el largo pasillo de mi casa, con una triste escoba para sostenerme entre sus brazos…

No se bailar, es cierto. Pero eso no parece frenar mi necesidad de moverme. No tengo ritmo, no tengo la gracia de un cisne… pero aun así mis pies se mueven, vuelan, brincan, saltan y me obligan a girar desmayada en espirales interminables y bucles de caóticas e irreproducibles trazas, que tras mis ojos cerrados sueñan ser los gráciles pasos de una Sisiemperatriz en traje de diamantes sobre el mármol de una inmensa sala de baile iluminada por enormes lámparas de araña de cristal…

Pero cuando tengo suerte de veras, cuando la traidora Terpsícore me besa provoandome sueños imposibles, entonces hay veces que mi ropa de calle se transforma en un ajustado vestido de satén con una provocadora raja lateral, y mis piernas de pronto graciles y tensas como serpientes al acecho, se enredan en la escoba que es el cuerpo y la piel de ese increíble galán alredor del que me ato y me desato, dejandome arrastrar por mi improvisada sala de baile, en un interminable, sensual y extenuante tango bajo la calida, provocadora y rasgada voz de Gardel.

Por que no hay otro baile como el tango. Nada suena igual, nada se ve igual, nada hace latir igual el corazón.

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Si algún día, aunque sólo fuera una vez, me tomaran en brazos y llevada como en un vuelo en este paraiso de brazos y piernas, pudiera hacer algo siquiera en una millonésima parte parecido a los tangos que he visto bailar a lo largo de mi vida… creo que la sonrisa me duraría el resto de mis días, y tal vez, solo tal vez, esta desazón parase y ya no necesitase más agarrarme desesperadamente a esta escoba que de pura soledad y frustracion empiezo a aborrecer…